La pandemia que nos acecha hace ya dos años y el reciente conflicto bélico en Ucrania
hacen patente, una vez más, que las mujeres y niñas son más vulnerables en momentos de
crisis. Son las primeras en perder el empleo o las oportunidades de educación al asumir
más trabajo de cuidados no remunerado, y al enfrentarse a niveles exorbitantes de
violencia doméstica y ciberacoso.
Lamentablemente, a las crisis ya mencionadas -y a tantas otras alrededor del mundo-, se
suma la climática. Crisis global que tampoco es neutral en cuanto al género, pues son las
mujeres y las niñas quienes experimentan sus mayores impactos. El 80% de las personas
refugiadas por razones climáticas, son mujeres. Sus tasas de supervivencia son más bajas
en los desastres, así como su acceso al socorro y la asistencia, amenazando sus medios de
subsistencia, bienestar y recuperación. Los derechos, las prioridades y las necesidades de
las mujeres y las niñas son sistemáticamente ignorados por el clima, políticas y
programas ambientales y de riesgo de desastres. La violencia de género se intensifica por
las crisis y los desastres climáticos y ambientales, en el hogar, en el trabajo y en espacios
públicos, tal como lo reveló la pandemia.
Las dolorosas e intensas crisis actuales y sus consecuencias, nos reiteran la necesidad de
actuar de manera urgente de cara al futuro. Es fundamental apuntar a una recuperación
sostenible e igualitaria, una recuperación feminista, en cuyo centro se sitúe el progreso de
las niñas y las mujeres de todo el mundo. El llamado que realizamos con Sistema de las
Naciones Unidas es a enfrentar las duras circunstancias existentes como una oportunidad
para repensar, reformular y reasignar respuestas y recursos, profundizando la perspectiva
de género y un enfoque eficaz contra el cambio climático y la degradación del planeta. La
desigualdad de género sumada a la crisis climática es uno de los mayores desafíos de
nuestro tiempo y es el momento de actuar coordinadamente entre todos los estamentos de
la sociedad.
Urge una acción climática transformadora para revertir las desigualdades de género
históricas que han dejado a las mujeres y a las niñas en una situación de vulnerabilidad
desproporcionada. Para garantizar el éxito de estas acciones y su estabilidad en el futuro,
las economías deberán ser ecológicas, inclusivas en materia de género y sostenibles y,
basadas en data actualizada y desagregada de cómo afecta el cambio climático a las
mujeres. Es justamente en lo que estamos trabajando como ONU Chile junto al
Ministerio del Medioambiente y el Gran Ducado de Luxemburgo. Con dicha
información, y más mujeres en puestos de liderazgo en el mundo público y privado, a
cargo de elaborar y aplicar políticas verdes y socialmente progresistas, ciertamente
seremos más eficientes en la mitigación y reducción de los efectos de la crisis climática.
Las mujeres y las niñas están tomando medidas climáticas y ambientales en distintos
niveles, pero su voz y participación no cuentan con el apoyo, los recursos y el
reconocimiento suficientes. Las sociedades donde los movimientos por los derechos de
las mujeres son activos, la democracia es más fuerte. Como ha dicho el Secretario
General, António Guterres, “cuando el mundo invierte en ampliar las oportunidades de
las mujeres y las niñas, toda la humanidad gana”.
Chile está en pleno proceso constituyente, a días de volver a votar en el pleno las
propuestas de la Comisión de Medio Ambiente. Discusión que se desarrollará con la base
del reconocimiento de la existencia de la crisis climática y ecológica como consecuencia
de la actividad humana, y el deber del Estado de desarrollar acciones y adoptar medidas
en todos los niveles para la gestión de los riesgos, vulnerabilidades y efectos provocados
por ésta. Es de esperar que la redacción de la futura Carta Magna -elaborada por un
órgano paritario-considere un modelo de desarrollo sostenible y con perspectiva de
género para Chile. De este modo, el país podrá avanzar hacia una recuperación sostenible
y feminista.